domingo, 24 de noviembre de 2013

La liebre y la tortuga

Un día una liebre se burlaba del lento caminar de una tortuga.
La tortuga, sin ofenderse, le replicó:
Tal vez tu seas más rápida, pero yo te ganaría en una carrera.
Y la libre, totalmente convencida que eso era imposible, aceptó el reto. La tortuga estaba completamente segura que iba a ganar, así que dejó que la liebre eligiera el recorrido e incluso la meta. La liebre eligió un camino muy fácil para ella: Lleno de obstáculos para que la pobre tortuga, con las piernas tan cortas que tenía, se tropezase todo el rato.
Al llegar el día de la carrera, empezaron a la vez. La tortuga no dejó de caminar todo el rato, lenta, pero constante. En cambio la liebre, al ver que llevaba una gran ventaja sobre la tortuga se paró a descansar y se quedó dormida debajo de un árbol.
Cuando se despertó, miró detrás para ver donde estaba la tortuga, pero no la vió. Espantada, miró para adelante y vio como la tortuga estaba apunto de llegar a la meta.
Corrió entonces la liebre tanto como pudo, pero no pudo alcanzar a la tortuga. Y fue así como la tortuga se proclamó vencedora.
PINOCHO 
 
El maestro Cereza paseaba por el bosque buscando un buen tronco de pino para hacer una pata para su mesa. Encontró uno que le gustó y se lo llevó a casa. Cuando quiso dar el primer hachazo, el tronco empezó a llorar. El maestro Cereza se espantó mucho, se le cayó el tronco al suelo y se escondió detrás del sofá. A lo que el tronco se puso a reír.
Cuando se le hubo pasado el susto, se quedó observando el tronco que reía y lloraba. Estuvo un rato dándole vueltas para saber qué hacer con él, hasta que pensó en su viejo amigo Geppeto, un magnífico carpintero que sabría hacer de él una marioneta fantástica.
El maestro Cereza llevó el tronco a Geppeto, le explicó sus extraordinarias cualidades y le animó a hacer una marioneta con él. Entusiasmado, Geppeto se puso manos a la obra. Por la noche acabó y la marioneta, a la que Geppeto llamó Pinocho, llenaba todo el taller con sus risas y sus bailes. Pero también sus travesuras. Al ver que no se portaba muy bien, decidió que tenía que ir a la escuela.
Al día siguiente Geppeto vendió su abrigo para poder comprar a Pinocho una libreta para que pudiese ir a la escuela. Ya camino de la escuela Pinocho se encontró a un grillo parlanchín, del que se hizo amigo.
Poco antes de llegar, Pinocho se encontró con un gato y un zorro. El Gato y el Zorro le animaron a vender la libreta que tanto le había costado a Geppeto, puesto que conocían el monte de los Milagros, un sitio donde después de enterrar las monedas de oro que conseguirían al vender la libreta, crecerían árboles cargados de monedas, y eso haría muy feliz a Geppeto. El Grillo le dio sabios consejos: “No te dejes engañar, el dinero no crece de los árboles”. Pero Pinocho no hizo caso. Vendió la libreta y consiguió cinco monedas de oro.
De camino al monte de los Milagros, el Gato y el Zorro le convencieron para cenar un festín y dormir en un gran Hotel. El grillo parlanchín le insistía “No te dejes engañar, sólo quieren tu dinero”. Pero Pinocho volvió a no hacer caso. Después de comer, se fueron a dormir. Por la mañana, el Gato y el Zorro ya se habían ido cuando Pinocho despertó. Tuvo que hacerse cargo de la cuenta y gastar una moneda de oro. De camino a casa, llorando, se encontró con un hada. Cuando el hada le preguntó por qué lloraba, Pinocho le dijo que había perdido una moneda de oro. Pero al decir tal mentira, puesto que no la había perdido, si no que la había malgastado, le empezó a crecer la nariz. Pinocho se espantó y lloró todavía más.
El hada, que era buena le hizo prometer a Pinocho que sería bueno, no diría más mentiras, y que sería un buen estudiante. Y después de tener su promesa, accedió a arreglarle la nariz. Ya contento, Pinocho prosiguió su camino. Cerca de casa, Pinocho se encontró con el Gato y el Zorro, quienes hicieron ver que andaban buscando a Pinocho. “¿Dónde te habías metido? ¡Te andábamos buscando! ¿Aún te quedan monedas de oro? ¡Ven! Vamos a sembrarlas al monte de los Milagros”. Y aunque el grillo volvió a insistir “No te dejes engañar, solo quieren tu dinero”, Pinocho se fue con ellos.
Llegaron a un campo de labranza, e hicieron sembrar a Pinocho las 4 monedas que le quedaban - “Mañana, vendremos aquí y recolectaremos todo el oro que habrá crecido” – dijo el Zorro, y se fueron a dormir. Al despertarse, el Gato y el Zorro se habían marchado otra vez. Pinocho fue al campo y vio que no había ningún árbol lleno de monedas, entonces buscó en el suelo las monedas que había sembrado. ¡Y tampoco estaban!. El Gato y el Zorro se habían ido con las monedas.
Justo en ese instante, el Pavo le vio cavando en su capo, y le pareció que le quería robar sus semillas. Llamó a la policía y, por más que Pinocho suplicó, fue a la cárcel por robo.
Por suerte el guardián de la cárcel era un buen hombre. Pinocho le pareció tan bueno y sincero, que no dudó en que había sido engañado y le dejó escapar. Camino de casa se encontró con el grillo parlanchín, que le advirtió que Geppeto había ido a buscarle y se había embarcado en un bote.
Pinocho no se lo pensó dos veces, corrió hasta el muelle donde se subió a otro bote para buscar a Geppeto. En medio del mar, una ballena gigante engulló el bote de Pinocho, que no pudo hacer nada para evitarlo.
Dentro de la ballena, ¡sorpresa! Encontró a su querido Geppeto. ¡Qué alegría se llevaron ambos! Se abrazaron tan fuerte como pudieron. Y luego empezaron a pensar cómo podrían salir de la ballena.
Acordaron quemar un trozo del boto de Pinocho. Así lo hicieron y, del humo que salía, la ballena estornudó, momento que aprovecharon Geppeto, Pinocho y el grillo parlanchín para salir.
Geppeto no sabía nadar. Por suerte, Pinocho al ser de madera flotaba y le ayudó a llegar a la orilla y, después, a su casa, donde cenaron y descansaron de tan apasionante aventura.
Ya por la noche, cuando Geppeto dormía el hada buena se acercó a Pinocho, y le preguntó si había sido bueno como prometió. En ese momento el grillo aprovechó para explicarle cuán bueno, generoso y valiente había sido Pinocho yendo en búsqueda de Geppeto.
El hada buena quedó tan impresionada que decidió hacerle un regalo a Pinocho: Le convirtió en un niño de verdad. Pinocho se puso tan contentó que despertó a Geppeto y los dos se abrazaron y danzaron de alegría hasta que salió el sol.

Érase una vez
un perrito de grafito
con las patas de goma.
El perrito se rascó
y el cuento se acabó.

miércoles, 20 de noviembre de 2013



El rey que no quería bañarse 


  Las esponjas de baño suelen contar historias muy interesantes.
El único problema es que suelen contarlas en voz muy baja y para oírlas hay que lavarse bien las orejas.

Una esponja me contó una vez lo siguiente: en una época lejana las guerras duraban mucho tiempo. Un rey se iba a la guerra y volvía 30 años después, cansado y sudado de tanto cabalgar, con la espada sucia, oxidada y con un olor difícil de soportar.

Algo así le sucedió al Rey FiLipondio. Se fue de guerra una mañana y volvió 20 años más tarde, protestando porque le dolía todo el cuerpo y de su peculiar olor.
Naturalmente lo primero que hicieron sus amigos, al tratar de abrazarlo fue taparse la nariz por que tenía 20 años de guerra y 20 años sin bañarse, rápidamente fueron a prepararle una bañera con agua caliente y mucho jabón para dejarlo como nuevo.

Pero cuando llego el momento de sumergirse en la bañadera, el Rey FiLipondio se negó.
-no me baño-dijo-¡no me baño y no me baño!

Sus amigos, los príncipes, la parentela real y la corte entera quedaron sorprendidos.
¿Qué te pasa FiLipondio? Todos le decían ¿Temes oxidarte o despintarte o encogerte o arrugarte…? El rey solo hacia trompas y se metía a su cuarto.


Así pasaron días interminables, pero una mañana ya no pudo aguantarse más el mal olor y el rey atrevió a confesar:
-¡extraño las armas, los soldados, las fortalezas, las batallas! Después de tantos años de guerra, ¿Qué voy a hacer yo sumergido en la bañera o en una regadera de agua tibia? Además de aburrirme, me sentiría ridículo.

Y termino diciendo en tono dramático: ¿Qué soy yo, acaso un rey guerrero o un ratón remojado?

Pensándolo bien, FiLipondio tenía razón. ¿Pero cómo solucionarlo? Pensaron y pensaron mucho, hasta que a Morfy su fiel escudero se le ocurrió una idea. Y con su espada mágica mando hacer un ejército de soldados del tamaño de un dedo pulgar, cada uno con su escudo, su lanza, su caballo, y pintaron los uniformes del mismo color que el de los soldados del rey. También construyeron una nueva fortaleza con puente elevadizo y todo, además de cocodrilos para poner en el foso del castillo. Fabricaron tambores y clarines en miniatura. Y barcos de guerra que navegaban empujándolos con la mano o a soplidos.

Todo esto lo metieron en la bañadera del rey, junto con algunos dragones de jabón para combatir contra ellos y librar mil batallas.

El rey FiLipondio quedo fascinado ¡era justo lo que necesitaba!
Ligero como un pingüino, se zambullo en el agua. Alineo a sus soldados y ahí nomás inicio un zafarrancho de salpicaduras y combate.
Según su costumbre, daba órdenes y contraordenes. Hacía sonar la corneta y gritaba:

¡Aquí estoy mis odiados enemigos!
-¡avanzad, mis valientes! Club, club. ¡No huyan, cobardes! ¡Por el flanco derecho! ¡Por el flanco izquierdo! ¡Por la popa…!

¡Ataquen mis guerreros!

Y cosas así.
La esponja me contó que después no había forma de sacarlo del agua.
También que esa costumbre queda para siempre.

Es por eso que todavía hoy, cuando los chicos se van a bañar, llevan sus soldados, sus barcos, sus patitos, sus muñecos, sus balones, sus aviones, sus juguetes preferidos y sus patas de rana.
Y si no hacen eso, cuénteme lo aburrido que es bañarse.

Y colorín colorado este cuento se ha terminado
Y colorín colorito este cuento esta bonito.

martes, 12 de noviembre de 2013

Este es el cuento de una canasta,
y con esto que te digo basta.



Había una vez un pollito inglés
que se fue a Francia y volvió francés.




Esto era una vez una serpiente
que cayó y se partió los dientes 

EL PERRITO FLACUCHO:

 ¿Quieres que te cuente el cuento
del perrito flacucho?
- Sí.
- Pues sal fuera y vuelve rapidito,
pero no tardes mucho 
porque es muy bonito...

jueves, 7 de noviembre de 2013


                                   Este es el cuento de una ardilla,
te lo cuento y se acaba enseguida.

martes, 5 de noviembre de 2013

CAPERUCITA ROJA

Había una vez una niña llamada Caperucita Roja, ya que su abuelita le regaló una caperuza roja. Un día, la mamá de Caperucita la mandó a casa de su abuelita, estaba enferma, para que le llevara en una cesta pan, chocolate, azúcar y dulces. Su mamá le dijo: "no te apartes del camino de siempre, ya que en el bosque hay lobos".

Caperucita iba cantando por el camino que su mamá le había dicho y , de repente, se encontró con el lobo y le dijo: "Caperucita, Caperucita, ¿dónde vas?". "A casa de mi abuelita a llevarle pan, chocolate, azúcar y dulces". "¡Vamos a hacer una carrera! Te dejaré a ti el camino más corto y yo el más largo para darte ventaja." Caperucita aceptó pero ella no sabía que el lobo la había engañado. El lobo llegó antes y se comió a la abuelita.

Cuando ésta llegó, llamó a la puerta: "¿Quién es?", dijo el lobo vestido de abuelita. "Soy yo", dijo Caperucita. "Pasa, pasa nietecita". "Abuelita, qué ojos más grandes tienes", dijo la niña extrañada. "Son para verte mejor". "Abuelita, abuelita, qué orejas tan grandes tienes". "Son para oírte mejor". "Y qué nariz tan grande tienes". "Es para olerte mejor". "Y qué boca tan grande tienes". "¡Es para comerte mejor!".

Caperucita empezó a correr por toda la habitación y el lobo tras ella. Pasaban por allí unos cazadores y al escuchar los gritos se acercaron con sus escopetas. Al ver al lobo le dispararon y sacaron a la abuelita de la barriga del lobo. Así que Caperucita después de este susto no volvió a desobedecer a su mamá. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

      

LA FLOR Y EL VIENTO

Había una vez, en lo más alto de una afilada montaña, que se levantaba hacía el cielo como una aguja, un diminuto jardín no más grande que una alfombra: Una alfombra llena de flores de mil colores. Pero ellas cada mañana, como vivían tan apretadas, cuando el sol se colgaba en el cielo, luchaban entre sí por conquis­tar sus rayos. Sólo la Flor Amarilla no se peleaba con sus compañe­ras. Al final de cada jornada podía verse en el suelo de la montaña un hermoso tapiz de pétalos. La Flor Amarilla, en cambio, conservaba intactos todos sus pétalos. Ella no quería peleas con sus hermanas las flores; dedicaba todas sus fuerzas a una misión muy importante: El cultivo de su néctar. Su néctar era mágico, pues era capaz de curar el mal de amores... Por eso el sol, que todo eso lo sabía, cada mañana, cuando se colgaba en el cielo, la saludaba así:

- ¡Hola, pequeña¡ ¿Cómo te encuentras hoy? Abre tu cáliz para que pueda calentar tu néctar. Algún día vendrá alguien que necesite de él; alguien que sufra el terrible mal de amores...

Y la Flor Amarilla lo saludaba abriendo y aleteando sus pétalos.

Un día don Viento, en su pelea diaria con el mar, llegó más enfadado que de costumbre (Don Viento silba muy fuerte).

- ¡Eh, tú, don Viento,
no sigas soplando así,
o acabaré yo también muriendo¡

Pero don Viento no la oía... Una nubecilla que pasaba por allí, al ver a la Flor Amarilla en peligro, descendió sobre la montaña y la cubrió con su húmedo manto blanquecino. Don Viento, al ver que la nube no huía, le dijo así:


- ¡Apártate de mi camino diminuta nubecilla¡ ¿No ves que hoy estoy muy enfadado?
- ¡Tú siempre andas igual: soplando por aquí, soplando por allí...¡ ¡ No miras por donde soplas¡ ¿No sabes que estoy protegiendo a la Flor Amarilla?
- No veo ninguna Flor Amarilla...
- ¿Cómo la vas a ver?: ¡Yo te la tapo¡
- Claro, por eso no la veo.
- ¿No sabes que ella es mágica? ¿No sabes que su néctar cura el mal de amores? ¡Anda vete..., y sopla por ahí¡
- Pero para irme por ahí, tengo que pasar por aquí; y para pasar por aquí no tengo más remedio que soplar... ¡Ugggss¡
- ¿Estás loco o qué? ¿No sabes soplar de otra manera?
- Bueno, bueno..., lo intentaré. (Don Viento silba)


Y don Viento descubrió el ¡SILBIDO¡ Y unos pastores que estaban en el valle con sus ovejas, lo oyeron silbar y comenzaron ellos a hacer lo mismo (melodía silbido). Y esta melodía se corrió por todos los valles y campos..., y de esta manera les fue revelado a los hombres el silbido. Pero allí, en lo alto de la montaña, aún sigue nuestra Flor Amarilla, esperando que alguien venga a recoger su néctar; alguien que padezca el terrible mal de amores...
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.


El tamborilero mágico. 
Érase una vez un tamborilero que volvía de la guerra. Era pobre, sólo tenía el tambor, pero a pesar de ello, estaba contento porque volvía a casa después de tantos años. Se le oía tocar desde lejos: Barabán, barabán, barabán…
Andando, andando encontró a una viejecita.
-Buen soldadito, ¿me das una moneda?
-Toma, sólo tengo ésta. Te la doy de buena gana porque debes necesitarla más que yo.
-Gracias, soldadito, y yo te daré algo a cambio.
-¿En serio? Pero no quiero nada.
-Sí, quiero darte un pequeño encantamiento. Será éste: siempre que tu tambor redoble todos tendrán que bailar. Todos bailarán y no podrán pararse si tú no dejas de tocar.
Y el soldadito reemprendió el camino para regresara casa. Andando, andando…, de repente salieron tres bandidos del bosque.
-¡La bolsa o la vida!
-¡Por el amor de Dios! ¡Adelante! Cojan la bolsa. Pero les advierto que está vacía.
Los bandidos miraron, buscaron y hurgaron. Y naturalmente no encontraron ni siquiera una perra chica.
-Eres un desarrapado. Paciencia. Nos llevaremos el tambor para tocar un poco.
-¿Me dejaréis tocar un poquito antes de llevároslo? Así os enseñaré cómo se hace ¿eh?
-Pues claro, toca un poco.
Eso, yo toco y vosotros ¡y vosotros bailáis!
Y había que verles bailar a esos tres tipejos. Parecían tres osos de feria.
Al cabo de un rato empezaron a resoplar. Intentaron pararse, y no lo consiguieron. Estaban cansados, sofocados, les daba vueltas la cabeza, pero el encantamiento del tambor les obligaba a bailar, y a bailar, y a bailar…
Pero el tamborilero, prudentemente, sólo paró cuando les vio derrumbarse en el suelo sin fuerzas y sin aliento.
-¡Eso es, así no podréis perseguirme!
Y él, a escape. De vez en cuando, por precaución, daba algún golpecillo al tambor. Y enseguida se ponían a bailar las liebres en sus madrigueras, o las ardillas sobre las ramas, o las lechuzas en sus nidos, que se vieron obligadas a despertarse en pleno día… 

Y siempre adelante, el buen tamborilero caminaba y corría para llegar a su casa… 
PRIMER FINAL.
Andando, andando el tamborilero pensó que el hechizo haría su fortuna. Así que cuando vio cómo se acercaba una diligencia la hizo parar y comenzó a tocar su tambor. Caballos y pasajeros comenzaron a bailar. Mientras el tocaba con una mano con la otra hizo caer tres cajas repletas de oro que transportaban en la diligencia. Ésta volvió a ponerse en camino sin su preciosa carga. Y he aquí al tamborilero millonario...Se construyó un chalet, vivió de las rentas y se casó con la hija del gobernador. Y cuando necesitaba dinero, le bastó con su tambor.

SEGUNDO FINAL:
Andando, andando el tamborilero vio a un cazador a punto de disparar a un tordo. Bambarambambán...el cazador deja caer su escopeta y se puso a bailar. Y el tordo escapa.
Y así el generoso soldadito echaba mano de su tambor siempre que se trataba de un acto de injusticia, prepotencia o abuso. Y encontró tantas arbitrariedades que nunca consiguió llegar a casa. Pero de todas formas pensó contento que su casa estaría donde pudiera hacer el bien con su tambor.

TERCER FINAL:
Andando, andando el tamborilero quiso saber cómo funcionaba el encantamiento. Hizo con el cuchillo un agujerito en la piel. Dentro no había nada de nada. Y reemprendió su camino, batiendo alegremente sus palillos. Pero ahora ya no bailan al son del tambor las liebres, las ardillas ni los pájaros en las ramas. Las lechuzas no se despiertan. El sonido parece el mismo pero el hechizo ya no funciona. El tamborilero está más contento así. 


lunes, 4 de noviembre de 2013

BARTOLO
Bartolo tenía una flauta
con un agujero solo,
y su madre le decía:
toca la flauta Bartolo
tenía una flauta
con un agujero solo,
y su madre le decía:
toca la flauta Bartolo
tenía una flauta...

En una hermosa mañana de verano, los huevos que habían empollado la mamá Pata empezaban a romperse, uno a uno. Los patitos fueron saliendo poquito a poco, llenando de felicidad a los papás y a sus amigos. Estaban tan contentos que casi no se dieron cuenta de que un huevo, el más grande de todos, aún permanecía intacto.
Todos, incluso los patitos recién nacidos, concentraron su atención en el huevo, a ver cuando se rompería. Al cabo de algunos minutos, el huevo empezó a moverse, y luego se pudo ver el pico, luego el cuerpo, y las patas del sonriente pato. Era el más grande, y para sorpresa de todos, muy distinto de los demás. Y como era diferente, todos empezaron a llamarle el Patito Feo.

La mamá Pata, avergonzada por haber tenido un patito tan feo, le apartó con el ala mientras daba atención a los otros patitos. El patito feo empezó a darse cuenta de que allí no le querían. Y a medida que crecía, se quedaba aún mas feo, y tenía que soportar las burlas de todos. Entonces, en la mañana siguiente, muy temprano, el patito decidió irse de la granja.
Triste y solo, el patito siguió un camino por el bosque hasta llegar a otra granja. Allí, una vieja granjera le recogió, le dio de comer y beber, y el patito creyó que había encontrado a alguien que le quería. Pero, al cabo de algunos días, él se dio cuenta de que la vieja era mala y sólo quería engordarle para transformarlo en un segundo plato. El patito salió corriendo como pudo de allí.
El invierno había llegado, y con él, el frío, el hambre y la persecución de los cazadores para el patito feo. Lo pasó muy mal. Pero sobrevivió hasta la llegada de la primavera. Los días pasaron a ser más calurosos y llenos de colores. Y el patito empezó a animarse otra vez. Un día, al pasar por un estanque, vio las aves más hermosas que jamás había visto. Eran elegantes, delicadas, y se movían como verdaderas bailarinas, por el agua. El patito, aún acomplejado por la figura y la torpeza que tenía, se acercó a una de ellas y le preguntó si podía bañarse también en el estanque.
Y uno de los cisnes le contestó:
- Pues, ¡claro que sí! Eres uno de los nuestros.
Y le dijo el patito:
- ¿Cómo que soy uno de los vuestros?
Yo soy feo y torpe, todo lo contrario de vosotros.
Y ellos le dijeron:
- Entonces, mira tu reflejo en el agua del estanque y verás cómo no te engañamos.
El patito se miró y lo que vio le dejó sin habla. ¡Había crecido y se transformado en un precioso cisne! Y en este momento, él supo que jamás había sido feo. Él no era un pato sino un cisne. Y así, el nuevo cisne se unió a los demás y vivió feliz para siempre.
FIN